Mirar, en muchas ocasiones, no es ver. A veces miramos y no somos
conscientes de que lo hacemos y, sin embargo, podemos mirar de muchas formas:
miramos con nuestros ojos, pero también miramos con nuestras manos, con
nuestra piel, con nuestro pensamiento; miramos con todos los sentidos, porque
mirar es percibir el entorno, situarnos y reconocernos en el mundo, formar
parte de él. Mirar (y ser mirados) nos vincula con el exterior, nos conecta con
el entorno, con cuanto nos rodea: nos inserta en el mundo.
La sobresaturación de imágenes a la que estamos sometidos en la sociedad
actual nos impide, en la mayoría de las ocasiones, ser conscientes de nuestro
propio yo, dejándonos manipular por intereses ajenos, estructurando nuestra
vida y nuestra forma de pensar. El ser conscientes del poder de la imagen
adquiere, en tales circunstancias, una trascendencia vital para que no se enajene nuestro
pensamiento… sin olvidar que mi mundo no es el que percibo sólo con
la mirada, sino también a través de los demás sentidos.
En el ámbito artístico, hoy todo está permitido; la
danza, actualmente, ha transgredido sus tradicionales límites espaciales y se
ha abierto a un escenario más amplio,
podríamos decir que infinito, en el cual
cualquier cosa tiene cabida: ha dejado entrar el viento, el agua, la tierra, el
cuerpo sin cánones estéticos, la cara y sus formas, la pintura, la escultura,
la música que forman los sonidos, el suelo... las manos... Se ha abierto a un
universo sin formalismos donde, para comunicarse, no son necesarias las
palabras; donde la locura y la cordura se entrelazan creando una esfera propia,
abierta a quien quiera "escuchar"... Es esa magia de la danza la que
me ha envuelto y la que, aun sabiendo las limitaciones que conlleva, me ha
empujado a detener el
movimiento, para así intentar
comprenderlo, para captar ese instante tan sutil donde… sobran las palabras.
El movimiento es una construcción de tiempos en los
que se amplían las sensaciones. El movimiento representado nos obliga a
diferenciar lo que es pasado, presente y futuro; se hace más complejo que la
realidad, pues el ojo tiene que abarcar más espacio: no se ciñe al presente.
Ese punto es de especial relevancia porque nos obliga a construir, a pensar, a
acabar mentalmente lo que vemos con la mirada.
En este proyecto mi objetivo es atrapar instantes
que bailan en mi memoria, evocar esos recuerdos personales que perfilan mi
manera de ver y entender el mundo; sin olvidar la subjetividad que supone cada
momento, pues es el espectador quien lo hace suyo, siendo él quien lo ordena
guiado por la información procesada a lo largo de su existencia. Todo ello se
plantea mediante un trazo rápido, inacabado, que busca dejar a la imagen sin
esos detalles que ha de completar quien la mire.
Abstraigo el
elemento principal, prescindo de todos los elementos superfluos, doy
importancia al juego de color, a la plasticidad de la pintura, a la pincelada.
Abstracción entendida al margen de la relación con el objeto de referencia,
pre-existente, pues, a mi entender, la abstracción no depende del objeto (no está en él, ni la provoca), sino que se
origina en el sujeto que la formula o que la
ha visto al mirarlo. Con ello, quiero plantear una íntima reflexión sobre
los detalles particulares que nos individualizan en la colectividad: la mirada
y nuestra sensibilidad, como claves de la subjetividad que nos instaura como
personas.